Vamos camino hacia el norte, a un lugar llamado Tammougalt, por el valle del Draá junto al río del mismo nombre. Durante el trayecto pasamos por varios pueblos en los que las laderas están adornadas por alfombras de todos los tamaños y colores. En pocos días comienza el Ramadán y vemos a las mujeres limpiar las alfombras en el rió. Son los preparativos antes de la celebración. Ellas son las que se encargan de todos los detalles en este mes especial con el mismo empeño que el resto del año. Las mujeres son el motor de Marruecos, al igual que en el resto del mundo.
El río Draá nace en el Alto Atlás y desemboca en el océano Atlántico. Después de recorren 1.100 km. Es el río más largo de Marruecos.
Llegamos el aparcamiento de dicho pueblo. Entramos las 3 furgonetas sin problemas aunque el espacio no da para mucho más. Situado al lado del camino que baja al río, no dejamos de ver a gente pasar. Pronto empiezan a acercarse los primeros curiosos.
En este punto del viaje será donde el convoy se separa por algún tiempo. Al día siguiente Edu y Cris tirarán para Merzuga, mientras que Ana y Antonio irán hacia Marrakech. Así que es la primera vez en mucho tiempo que la familia viajará sola.
Ese primer día que estamos solos, ese domingo por la mañana empiezan a pasar familias y familias hacia el río. Es el último fin de semana antes del Ramadán y lo que hemos visto en los últimos días por el camino lo volveremos a ver frente a nuestra casita. Los hombres transportan las alfombras en carros, vehículos o en muchos casos sobre burros. Y las mujeres hacen el trabajo. Madres, hermanas, abuelas, tías, sobrinas, nietas, primas etc… conforman los núcleos en distintas partes del río. Maia, Eki y yo nos sumamos a los preparativos pre-Ramadán limpiando entre ellas nuestras camisas, bragas y gallumbos. No se si sería la primera vez que ven a un chico limpiar la ropa interior de su pareja, pero rien como si lo fuera. Es evidente y lindo al mismo tiempo ver la complicidad que tienen entre ellas. La matriarca dice algo sobre mi, supongo que por lo que estoy haciendo y las otras se echan a reír, se tronchan como si se hubieran comido unos cuantos monguis.
Se tapan, o mejor dicho, medio-tapan la cara con su pañuelo mientras echan miradas picarescas y sonríen, mientras hacen chistes sobre mi. Pero como no entiendo ni papa, reímos todas juntas. Un rato después, la más osada de la familia me trae una bandeja con dátiles, pan, queso y té. Las siento realmente «libres» en su prisión de mujeres. Es un momento realmente bonito la que disfruto con ellas, un privilegio.
Todo ese juego acaba cuando llega el hombre de la casa. Cual fuera una nube gris y amenazante, en cuanto aparece cambian las caras. Acaban el flirteo y las sonrisas. Ahora sobro. Me voy. Lanzo un slama (adiós) con una sonrisa al pasar junto a ellas y recibo miradas medio serias, miradas gachas como respuesta.
Tengo un bellísimo recuerdo de aquel día, pero al escribir estas líneas volvieron algunos recuerdos tristes. Me quedo con los bonitos, y espero (y sé) que todos los hombres en Marruecos no son como esa nube amenazadora.
Jamás en la vida agradecí tanto, me sacó tal sonrisa el xiri-miri que nos recibió al llegar a casa. Al cabo de mes y medio sigo disfrutando esa frescura en mi piel que, en los largos meses de invierno generalmente llego a detestar. Ahora, cada dos por tres recuerdo la letra de esa canción de nuestro querido Mikel Laboa en el que dice algo así como:
amo nuestros lugares cuando la bruma no me los deja ver.
Soraluze
(2019-08-29)
Dormimos en un aparcamiento, detrás de la mezquita principal de la ciudad de Zagora. Donde los hombres, antes del vis a vis con Alá vaciaban su prostata hasta la última gota dejando un aroma exótico «blowing in the wind».
Aquel día, a finales de abril llegaríamos al punto más sur de nuestro viaje, el Sáhara. Con más de 4.500 km recorridos por carreteras, nos separaban 1.513,48 km (según San Google) en línea recta desde el punto en el que salimos en enero. Soraluze-Mhamid el Ghizane.
Las furgos del resto del convoy llegaron ya, y sus tripulantes nos esperan dentro de la caseta de adobe, donde toman té. Fuera, el sol quema, la arena quema. Así que no hay más remedio que refugiarse a la sombra. Aquí nos quedaremos 3 días en los no faltarán historias para recordar.
Foto: Cris Timeless Project
Pensamos en hacer las salidas al día siguiente pues es lo único que se puede hacer aquí. Esperar a que caiga el sol para tener una mínima sensación de libertad.
Cris, Edu, Ana y Antonio deciden ir un par de días en 4×4 mientras que nosotr@s optamos por ir en dromedario y dormir en una haima entre dunas. El capricho es para turistas y nosotr@s lo somos, así que soltamos la pasta.
A la mañana siguiente nos esperan el camellero y otro guia con dos dromedarios. Uno para la carga material y el otro para la carga humana. Desde el primer momento notamos una cierta relación tensa entre los dos chicos. Joven, serio y orgulloso el camellero Vs el ayudante. Humilde y social, aunque ignorante e inexperto sobre la vida y su fauna en este océano de arena.
Arianne y Maia van encima del dromedario, yo llevo a Eki a la espalda (pensábamos que los cuatro iríamos en 2 dromedarios. Lo teníamos que haber acordado antes). Caminamos unos cuantos kilómetros y nos refugiamos bajo uno de los pocos árboles que nos encontramos por el camino, comemos, tomamos té y esperamos a que baje el sol para continuar el camino hasta el lugar donde se supone que vamos a dormir.
A la sombraMatando el tiempo
Por fin empiezan a cargar el dromedario con todo el material. Eki y yo esperamos a que «ensillen» el gran animal para que podamos subir. Todo preparado, Eki sube y subo yo, el animal empieza a levantarse. Si no sabéis como se levanta un animal como estos, es un movimiento bastante desequilibrante. Digno de una atracción de feria. Primero levanta las patas traseras, 2 metros de fémur y peroné. A lo que con unos ojos como platos y la nariz rasgando la arena ardiente esperas a que las patas delanteras hagan el mismo movimiento para que tu hígado vuelva a recolocarse. Pero cuando el peludo lo hace, nuestra «butaca» a más de dos metros de altura empieza a inclinarse hacia la izquierda. Así que seguimos en plan «toro loco» de feria, pero bastante peor que al principio. Y a la velocidad de reloj de arena vamos camino al precipicio, sin remedio alguno. Nerviosos nosotros, nerviosos los guías, intentan de malas maneras bajar al animal mientras este no quiere ni pensar en agacharse de nuevo. Yo agarro a Eki con todas mis fuerzas, mientras vemos desde la peluda cima del «Pao do Azucar» el forcejeo de unos y la tozudez del otro. Hasta que en un brusco movimiento el camelidae dobla de nuevo las patas delanteras y caemos en redondo aterrizando bajo las patas del animal, el cual empieza a brincar cual fuera un caballo de rodeo encabritado. Durante unos segundos, las cuatro patas que aguantan cientos de kilos del animal saltan y caen como meteoritos a pocos centímetros de nosotros. En un cerrar y abrir de ojos (más rápido que abrir y cerrar) agarro a Eki y salimos de la zona peligrosa donde Arianne y Maia ven atónitas lo sucedido. Eki se ha hecho daño pero absolutamente nada comparando con lo que pudo suceder. El animal sigue en plan rodeo durante algunos minutos y se aleja cientos de metros brincando.
Les proponemos quedarnos allí mismo a pasar la noche. Si al principio notamos tensión entre los dos guias, ahora ya explotó todo. El joven se largó. Dejó todo el curro al otro. Descargar el material, montar la haima y preparar la cena. Nosotr@s dimos una vuelta por las dunas para relajarnos y a la vuelta aportamos todos en preparar la cena y montar la haima.
Atardecer en el Sáhara
Al día siguiente el joven chico dijo que nadie iba a montar en los dromedarios, por lo que tuvimos que volver andando. Arianne portando a Maia y yo a Eki. No tuve más remedio que admirar esa gente que cruza el desierto en busca de una mejor vida. Lo nuestro fueron unos kilómetros no más.
Amanecer entre dunas.
Al llegar al campo base le contamos todo lo ocurrido la «boss». En ningún momento le pedimos que nos devolviera parte de aquellos 1000 Dh que nos costó el «paseito» que por poco nos manda pal otro barrio. Nos sentimos como si lo que ocurrió fuese nuestro problema. Dejamos el desierto con un sabor agrio. Una espina clavada en el recuerdo.
Y pienso, hace 40 millones de años el sol saldría y entraría por el mismo lugar que ahora lo hace. Aunque esta tierra que ahora piso sería un glaciar en medio de la peninsula Ibérica.
Serra da Estrela Portugal (2019-07-11)
Por fin dejamos de lado, después de bajar hasta Tiznit, el viento incesante del océano para adentrarnos hacia el interior del país. Conducimos por carreteras en buen estado. Como lo han sido en su mayoría hasta el momento. El paisaje va cambiando por cada kilometro que dejamos atrás. En esta ruta nos enfrentamos a los primeros puertos de montaña que cuando los vemos frente a nosotros nos parecen Goliat. Mamut contra Goliat. Pero nuestra viejita lleva en su alma la persistencia de seguir el camino, cueste lo que cueste. Y a paso lento pero seguro nos lleva por esta cuesta larga y sin tregua, hasta el collado de Kerdous, donde el hotel del mismo nombre palpa el cielo y cuida de todo el valle occidental como si fuera su propio patio.
Poco después empezamos a ver el paisaje característico de la zona de Tafraoute. Inmensas rocas de colores ocres y de formas redondeadas por el paso del tiempo, dispersadas por todos lados. Como si un@s gigantes se fuesen a comer dejando su partida de canicas sin terminar.
Aparcamos entre palmeras, en
medio de un paisaje espectacular.
Tafraoute es un pueblo prospero comparando con muchos que hemos visto por el camino. Comercios, restaurantes y hoteles abundan por sus calles sin llegar a agobiar. Su medina es dominada por zapateros que cosen sin parar. Metidos en cubículos poco más grandes que cabinas de telefono, desde donde se puede apreciar al trabajador sonriendo entre 87 mil pares de zapatos que cuelgan a su alrededor. Tafraoute es conocido por sus zapatos. Babuchas multicolores de cuello alto es lo que aporta este pueblo a nuestro mundo. Parece una tontería pero no lo es. Los zapatos son alegres, como una bella melodía.
Este pueblo también tiene ese mercado en el que se mezclan los abastos, las bullas, risas y discusiones de la gente local. En el mercado compramos los víveres para los siguientes días y volvemos a nuestro «barrio».
Tenemos un pozo de donde sacamos el agua. Parece ser que debajo de estas tierras secas el agua abunda, pero hay que tener un par de clases para no morirte de sed. Y amig@s mi@s, en la Uni de Youtube todavia no existe ese videotutorial. ¿Será que en sudamérica no tienen pozos subterraneos?
A unos 10 metros de profundidad se ve el agua. Atamos el cubo a una cuerda y el otro extremo a una rama para que no desaparezca todo el kit en el pozo. Lanzamos el cubo, se inclina sobre el agua, entra un poco de agua y se endereza como un barco lo haría después de una ola. Le damos a la cuerda al estilo de la comba, y nada. Sacamos el cubo con medio litro de agua. Intentamos y volvemos a intentar atando y lanzandolo de distintas formas, pero nada. Parece que nuestro cubo esta diseñado para cruzar el Cabo de Hornos. A estas, llega una aldeana a lavar la ropa, con sus grandes palanganas y su bidón de agua de 5 litros con grandes agujeros en la parte superior y amarrado a una cuerda. En minuto y medio ha llenado las palanganas y está lavando la ropa. Recreo este instante en mi mente, recordando el momento en que los 3 neanderthales miran atentos a la chica, mientras esta enciende el fuego con dos palitos en la película «En busca del fuego». La nuestra es una civilización condenada a extinguirse.
Pescando agua, pero no pica
Las palmeras que nos rodean son datileras. Pero no es imposible hacernos con ellas. Las palmeras tienen una capacidad de defensa increible. Sus duras hojas, tanto las frescas como las secas acaban en puntas tan afiladas que da miedo acercarse. Pero sobre nuestras cabezas, a unos 10 metros de altura hay caramelos, hay dátiles. Nos dicen que los aldeanos consiguen hacerse con ellos a pedreadas y alla vamos. Asegurandonos que nuestras balas perdidas no aterricen en ningúna cabeza empezamos a lanzar piedras de buen tamaño hacia los dulces, los cuales van cayendo. Pocas a veces, y un buen chaparrón de dátiles otras.
Por estas tierras poco pobladas tengo una sola preocupación, el gasoil. La Mamut tiene dos depositos de unos 40 litros de capacidad cada uno. Pero una no la utilizo por tener las mangueras agrietadas. Por lo que pierde el gasoil. Así que nuestra autonomía se limita a unos 250 kilometros. ¿Y si nos quedamos tirados en medio de la nada?
¿hay algo peor que ese «Y SI»?
Veo pasar a Mohamed (cómo no) en su cuatro latas amarillo. Mohamed es el mecánico del pueblo. Le comento mi intención de arreglar el segundo deposito y me invita a subir a su coche. Me lleva de aqui para allá. Vamos haciendonos con todo el material necesario. Volvemos a la furgo y al preguntarle que le debo, lleva su mano derecha hacia su corazón y con una sonrisa me pide: «las gracias no más».
Los dos días siguientes me los paso literalmente debajo de la furgo, acompañado de Antonio y Edu que aportan (y no será la última vez) una ayuda inestimable. Cambio mangueras que parecen chicle por unas nuevas. El trabajo resulta mucho más tedioso de lo que en un principio pensaba que iba a ser. Pero al cabo del segundo día de trabajo, con aceite, grasa, gasoil y polvo por todo mi cuerpo, asomo la cabeza diciendo «¡ya está! tenemos una autonomía de unos 500 kilometros». Me voy directo al hammam, a quitarme la mugre que llevo tatuada en mi piel.
La sonrisa al acabar el trabajo.El mantenimiento de nuestras vehículos y viviendas requiere revisiones y arreglos todos los dias. Esta vez le tocó a Edu y Cris. Antonio, como no, se vuelca en echar una mano.
Nuestra intención es llegar a Mhamid el Ghiznale, situada a unos 90 kms al sur de Zagora y denominada «La puerta al desierto». Salimos pués, al cabo de una semana de estancia en este bonito lugar (del cual me quedo como si fuera lo mejor conocido de Marruecos) dirección Zagora. Bellisimas imagenes de las furgonas del convoy siguen apareciendo en mis recuerdos. Dejan una estela de polvo y arena, a kilometros de distancia de nosotros. Esas estelas son lo único que se mueve en este escenario lunar.
Cuaderno de reflexiones
Apenas saco fotos. Yo, que me iba a todas partes con la cámara. La fotografía (para mí) ha dejado de tener cualquier encanto. La cámara digital, el movil y las redes sociales han logrado sepultar el respeto a la intimidad. La fotografía o vídeo ya no queda en tu ordenador. Ni que decir en tu album de fotos. Ese libro de imágenes tan muerto como lleno de vida al mismo tiempo. La imagen ya no es privada. No, ahora es pública para cualquiera que tenga acceso a internet. Estamos en vivo y en directo para todo el mundo. Lo cual, no me hace ni puta gracia el aparecer en el facebook del jubilado inglés que se ha sentado cerca de mí en el ferry (por poner un ejemplo). Y por la misma lógica, si a mí no me gusta salir en las fotos de desconocidos, que sacan fotos por ráfagas, como si estuviesen jugando al Nintendo, evito hacer lo mismo. Así que en muchas ocasiones no llevo ni camara.
Aparecen los primeros oasis que nos alegra la visión como si fuera el jardín del Eden. Kilómetros y kilómetros de palmerales dan paso de un momento a otro a un paisaje desértico y gris, para volver al resurgir de un rio, el resurgir de la vida, un poco más adelante.
Alcanzamos Zagora en dos días. Poco que contar sobre este pueblo. Los comerciantes te abordan, hasta que naufragas. Si puedes, intenta no parar allí.
Miro al mono mientras juega
con el tupper lleno de material de fontanería, subido a una rama de un gran
cedro que da sombra a nuestra casa. El muy sinvergüenza me lo quitó pensando
que había comida. Lo miro mientras lo abre con gran habilidad y va tirando
abrazaderas no comestibles, tubos de plástico, juntas y gomas. Los días son
soleados, y las noches frías y estrelladas en un ambiente sosegado, aquí, en el
bosque de cedros. Son las últimas etapas en las tierras Magrebíes, entre los
últimos monos que poblaron durante siglos este bosque de cedros milenarios.
Bosque de cedros
Azrou
(2019-05-16)
Reencuentro y despedida
Después de un par de semanas separados, por fin nos encontramos en un descampado de Sidi Moussa, al sur de El Jadida. Detrás de esa duna que vemos está el mar. Por fin volvemos a ver el océano. Transcurridos 3 días en la que nos pegamos algún baño (entre medusas carabela portuguesa), guitarreo, comidas compartidas etc… nos ofrecieron langostas tamaño buey, tomamos algún que otro atai con los pescadores, y nos despedimos de Vito y Arantxa. Ese domingo salen para Casablanca para que al día siguiente empiecen el tratamiento antirrábico.
Aunque nos despedimos con un «hasta pronto», no nos volveremos a ver. Su propia odisea comienza. Una aventura, o mejor dicho desventura que tendrá por escenarios hospitales y farmacias, condimentado con innumerables llamadas al seguro a todas horas. Siento que la «rabia» se la ha transmitido tanta burocracia más que aquel gato con el que se toparon. Mientras, el convoy, reducido a tres furgonetas, continúa bajando por la costa Atlántica. A medio camino entre Casablanca y Essaouira se encuentra el pueblo de Aoulidia. Este pueblo, con su preciosa bahía y resguardada del fuerte oleaje oceánico, no se podía librar de las garras del turista. Principalmente franceses en autocaravana. Los veremos por todo Marruecos, y es que a pesar de los años, Marruecos sigue siendo colonia francesa.
Cuaderno de reflexiones
Cuando en la relación entre dos países, uno está forzado a aprender y utilizar el idioma del otro, es que está colonizado por el país (generalmente más fuerte), que se limita a utilizar su idioma sobre el otro. El francés llegó a Marruecos para quedarse y se ve claramente en la vida diaria de la gente de aquí. Visualmente (carteles, prensa, anuncios…) el Francés esta muy por encima del Berber y a la par del Árabe. Aunque aquí, la gente habla Berber más que Árabe, y entre ellos nada de Francés. No se trata del colonialismo de antaño, pero colonialismo al fin y al cabo. Yo mismo estoy escribiendo en castellano, idioma de Castilla si seguimos su rastro etimológico. Y me veo reflejado en esta reflexión. ¿Acaso soy un colonizado contemporáneo?
Seguimos rulando para el sur, y antes de la gran ciudad de Essaouira, que visitaremos en breve, hacemos otra parada en Mulay Boozerktoon. Otro pueblito con playas kilométricas, dedicado en los últimos años al turismo y al surf.
Essaouira
Colonizada por los Portugueses en el siglo XV, y llamada por estos Mogador durante los siglos de ocupación, es a día de hoy una ciudad con mucha vida. Una gran medina en su corazón y un gran despliegue de viviendas y comercios complementan la vida de esta ciudad. Multitud de barcos pesqueros atracan en su puerto después de la faena nocturna mientras en plena calle se hace la subasta de lo obtenido.
Aparcamos en una avenida bastante céntrica y caminamos unas cuantas calles hasta la medina. Pasamos la puerta de la entrada entre cientos de personas y mucha bulla. Agarramos fuertemente a l@s peques por si acaso pero ese embudo resulta ser inofensivo. No vemos, entre cientos de personas una sola mirada de la que podamos sospechar que nos van a meter la mano y quitar la cartera, movil o lo que sea. De hecho, mientras nosotr@s paseabamos por los bazares de la medina de esta ciudad, una de nuestras furgos permanecía abierta de par en par (por descuido, claro), en medio de la ciudad sin que nadie metiese los morros en ella.
A Eki y Maia la gente les toca el pelo o directamente les dan un beso. Alucinante para él e incómodo para ella, aguantan sin quejarse. Y es que en el Islam l@s niñ@s son símbolo de pureza, y la gente se acerca a ell@s.
Y aquí estamos en la Medina de Essaouira, la mismísima entraña de la ciudad. Esta lleno de turistas, caza-turistas y lugareñ@s. Caminamos entre tiendas y más tiendas de artesanos. Ver alfombras, cerámica, cuero y especias para mis ojos es como música para mis oidos. Me encantan los colores, olores y texturas de este arte-cultura de artesan@s marroquies.
Pero hay que ser cauto para no verte negociando un precio de algo que en realidad no necesitas. La cosa va así: Vas paseando por medio de la calle, todo es bonito pero ves ese plato tan precioso que para tí destaca del resto de las cosas. Te imaginas que en ese plato la ensalada de lechuga y tomate (hasta en febrero) debe de tener mil colores y mil sabores. Te acercas a mirarlo más de cerca, y en ese momento, ese instante, esa milésima de segundo en la que los ojos de Mustafa se cruzan con los tuyos empieza a avinagrarse la ensalada. Piensas en donde carajo vas a meter ese plato, y más viajando en furgoneta con espacio tan limitado. Pues siento decirte que ni la mente de Gari Kasparov es tán rápida como Mustafa. Ya esta delante tuyo hablandote como si os conocierais de antes de la comunión. — ¡Amigooo, bonito, barato!!! Barça, Messi, Messi, Real Madrí!!! Mientras tú le ofreces una sonrisa acartonada y las cejas se te arquean, al tiempo que le dices: — No gracias, no tengo dinero— mientes como un villano, o villana, según sea el caso. Nunca sales a la calles sin dinero ni sin móvil, antes saldrías sin calzado. Al menda le da igual enseñarte toda la tienda y la de su vecino. Pasa del plato a una jarra, una taza y puede seguir hasta que aparece otro «primo» con la intención de acercarse a ese plato precioso. Esa situación es la que le quita todo el encanto al paseo rodeado de tanta belleza.
Al final, solamente hice una compra. Un CD de Ali Farka Touré & Toumani Diabaté que al escucharlo por la calle me fascinó. Además de ocupar poco, casi todas las canciones suenan sin tar tar tar tar tamudear.
Ali Farka Touré & Toumani Diabaté – In the Heart of the Moon Escuchar en Youtube
Con una dosis más que suficiente de ciudad salimos de Essaouira pensando en pernoctar a pocos kilómetros. Ya era de noche y después de varios intentos, al final tiramos por un camino de tierra, en la que curva tras curva vamos quedando cada vez más escondidos. A la mañana siguiente primero nos visita un camellero con sus 6 bicharracos. Al poco, llega uno que dice ser el encargado de la zona diciéndonos que podemos pasar el día pero no pernoctar. Y antes de acabar el café mañanero llegan otros dos, uno de ellos vestido de militar. Nos mandan a tomar viento de allá. No solo eso, sino que esperan a que recojamos todo y nos siguen con su vista mientras nos alejarnos.
Sidi Kaouki debe su nombre al señor del mismo nombre, señor Kaouki. Este tal Kaouki debió de ser un curandero muy conocido por la zona. Hasta tal punto que una vez falleció, le pusieron a este lugar su nombre en vez de multarlo, como lo haríamos los occidentales. Yo conocía este nombre por una de las canciones de Amparanoia (ni de lejos la mejor). Aquí nos quedamos unos cuantos días antes de plantarnos en Imsouane.
Para sorpresa nuestra, en este pueblo, donde el turismo y pesca intentan declarar una tregua entre sí, nos encontraremos con una familia conocida nuestra. Con Amaia, Gaua y Gabino pasamos unos días inolvidables, en las que ell@s van hacia el norte y nosotr@s hacia el sur, por lo que es inevitable la despedida al cabo de unos días. Y llegamos al último pueblo costero de nuestro viaje Marroquí. En Aourir será la última vez que vemos el Atlántico. El convoy, unido de nuevo, está preparado para seguir.
Al día siguiente hay muchos kilómetros que recorrer. Agadir, Tifnit y nuestra meta Tafraut donde ya el paisaje cambia completamente.
El «taller» se encontraba en Khemisset. Lo digo
entre comillas pues no era ni taller ni nada. Se trataba de un amplio garaje en
el que por unos pocos centímetros (sin exagerar) entraban las tres furgonetas
como si estuvieran abarloadas. Entraban, que ni queriendo.
Hussein, el dueño del garaje contrató a Kharim y Rachid, y junto a su hijo Said formaban el equipo de 8 profesionales de la que nos hablaba nuestro contacto. Después de cerrar el trato de precio y trabajo a realizar, Hussein nos invita a tomar «atai» (té) a su casa. Así conocimos a Safia, nuestra anfitriona durante esa semana y media que duró el trabajo.
El «espabilado» de Hussein dio la orden de empezar a trabajar las tres furgonetas cuando eran dos las que había que arreglar. A la Trade de Ana y Antonio solamente le tenían que sanear un par de puntos de chapa. Pero cuando bajamos al garaje después de comer la Trade parecía una fabela con ruedas. Llena de marcas de lija por toda la chapa. No sería la última cagada. Los trabajadores hacen lo que Hussein les dice pero este no dice lo que nosotros le pedimos. Para el cuarto día hay mucha tensión entre todos, y Antonio y Ana, antes de empezar a porrazos con Hussein, prefieren recoger todas sus cosas y largarse con su furgona varicélica. Antes de irse, Hussein les pregunta por el dinero del trabajo realizado y estos responden que volverán en unos días y hablarán de ello.
Fente a nuestra casa todos los días había mercado y podían pasar al mismo tiempo un burro, una bici, carros tirados por caballos y el último modelo de Mercedes.
Durante los días siguientes se trabaja a destajo. Nos damos cuenta de que hay que estar encima para que hagan el trabajo tal como tú quieres que se haga, de lo contrario se tapan los óxidos con masilla, lo que no cura el cáncer de piel que padecen las furgonetas.
Mientras, Safia nos deleita con platos típicos Marroquies,
tomamos atai y nos relajamos en el Hamam.
El hamam es un estilo de sauna del mundo musulman. La gente de aquí, normalmente van los domingos a limpiarse la mugre que su piel ha ido adquiriendo durante toda la semana. Es curioso lo pudoroso que puede llegar a ser la gente de aquí. Ni en los vestuarios masculinos se puede uno quitar los gallumbos. Nos cambiamos a escondidas del resto de los hombres (ni que hablar de las mujeres, que deben estar por lo menos en otro continente mientras nosotros nos bajamos los pantalones). Todo el mundo tapa sus partes. Accedemos al interior en gallumbos, con dos cubos para el agua, jabón y un guante del 40 en la escala de lijas (de esas que me gustan).
El recinto se divide en tres habitaciones, a tres
temperaturas distintas cada una. La del fondo es la más caliente, y es a la que
se accede al inicio. Mediante los grifos de agua caliente y agua fria se llenan
los cubos al gusto del personal. Te tumbas como un muerto en el suelo de
baldosas mientras te vas echando agua para que los poros se te vayan abriendo.
A veces, al cabo de un rato se te acerca algún asiduo del hamam y te pregunta
si quieres masaje y limpieza. Si, ya, suena a un ligoteo homosexual, pero lejos
de esta definición, en este país en el que la homosexualidad a día de hoy,
todavia se considera delito, es muy habitual ver hombres paseando agarrados de
la mano. Al igual que es muy habitual ver a hombres darse masaje y limpiarse
mutuamente en el hamam. Así que para esas partes de la espalda a las que no
llegas, y esos huesos que no han crujido desde hace mucho no hay nada mejor que
decir Eeehh Eeehhh shucram (si si gracias) al quebrantahuesos que se acerque.
En nuestro caso, el hijo de Hussein nos dió un meneo del 15 y nos libró de un
kilo y medio de mugre que parecian morcillas de Burgos que llevabamos en la
espalda sin darnos cuenta. No no, no soy más guarro que tú, lector/a. Es que la
esponja del nenuco con la que te frotas en casa no quita una mierda (nunca
mejor dicho) y la mugre sigue estando en tu espalda aunque no las veas.
Después de esa primera sala, pasas a la siguiente, al del medio. Y te frotas (ya tu sólo) con jabón y te lavas la cabeza mientras te echas cubos y cubos de agua tan caliente como tu cuerpo aguante. Una vez limpio pasas a la última sala, que es la menos caliente. Te echas más agua y te vas espabilando de la bajada de tension sufrida por tanto vapor. El hamam es sin duda un lugar a conocer. Y si algún día tienes la oportunidad, elige un hamam al que entra la gente del pueblo, es decir, no ese lugar limpito y coqueto, preparado para el turismo. No te arrepentiras.
Nosotr@s también hicimos nuestros pinitos en la cocina.
Decía, que mientras Safia nos deleita con sus platos típicos, el atai y otras cosas, vamos conociendo a la familia. Herman@s, prim@s, madres, padres, más herman@s… comida aquí y comida allá… familia y más familia. Y en una de esas aparece un chico flaco y largo como el alambre. Abdulah (lo llamaremos) es joven, tiene 17 años no más. Habla francés y es nuestro puente intercultural. Pasa unos días en casa y mediante este, nos podemos comunicar mucho mejor con la familia. Pero Abdulah tiene que irse. Llegó su día «D». Ese «D» de Domingo viaja a Tanger para embarcar hacia Europa. Tiene intención de acabar sus estudios en Catalunya. Su sueño Europeo dura una sola jornada. A la vuelta, según nos cuenta Abdulah entre lagrimas, el mafioso de turno le dió un pasaporte más falso que la transición española, con una foto que nada tenía que ver con su rostro. En la frontera, aunque no lo detuvieron, sí lo llevaron a Casablanca. Abdulah es valiente, igual que otras miles de personas que intentan alcanzar esa tierra prometida llamada Europa cada vez más acorazada.
No creo que merezca la pena escribir nada sobre este asunto en el cuaderno de reflexiones. La pregunta es: ¿Porque yo puedo y Abdulah (por poner un nombre) no?
Por fin las furgos estan preparadas.
Con sabor agridulce por el trabajo realizado, pero personalmente contento viendo como llegó Mamut y como sale, nos vamos abrazando de uno en uno con los trabajadores y familia.
Algunos trabajos no se han realizado y otros sí. Ha sido una convivencia Gran Hermano en toda regla. Con nominaciones y todo.
Mientras nosotros pasabamos estos días en Kemisset, Antonio y Ana se unen con Arantxa y Victor más al sur, en Al Jadida. En una de estas recibimos el mensaje que Victor y Arantxa han sido arañad@s por un gato. Con temor a la rabia, invadida en este país entre perros y gatos, se ponen en contacto con el seguro. Necesitan darse 4 inyecciones en 21 días como dice el protocolo (marroquí) para estos casos.
Rachid (la lijadora humana), Kharim (el maestro), yo (concursante del GH Maroc) y Said (el peón)
Así que, el mismo día de recibir esta noticia levantamos
anclas dirección al resto del convoy. Por primera vez tomamos la autopista para
recorrer 300 kilometros que nos separan de esta gente. Y después de 5 horas y media de ruta llegamos
a Sidi Moussa.
De aquí en adelante, todo el viaje por la costa Atlantica
será parecida. Mar, fuertes olas y viento. Así que no me voy a liar a escribir
tipo diario. Explicaré con algunas pinceladas los lugares visitados y haré un
salto mortal hasta Tafraout, donde el cambio de paisaje, gente y clima fue
brutal. Pero eso será dentro de unos días.
Mhamid al Ghiziane La puerta del desierto (2016-04-26)
El día 13 de marzo, a las 9 de la mañana embarcamos en el
ferry las 4 furgonetas comentadas anteriormente. El papeleo de salida y entrada
de los países fue fácil y sin problemas. Así que, en lo que dura un telediario
estábamos saliendo del puerto de Tánger. La marcha del convoy la abríamos
nosotr@s, y seguidos de las otras 3 furgonetas intentábamos salir de la inmensa
ciudad de Tánger para ir bajando por la costa Atlántica hasta el pueblo de
Asilah.
Parece un garage, pero por suerte no lo es. (Foto: Al Son de mi Furgón)
Antes de los 5 kms ya nos empezó a molestar un vehículo (muy
típico en Marruecos). Yo, poniéndole cara e veterano de guerra no le daba bola
y seguía la ruta sin perder los nervios. El duelo western iba a durar sus 10
minutos en el que el vendedor de lo que fuera nos adelantaba para volver a
dejarnos pasar y vuelta a adelantarnos con medio cuerpo fuera de la ventanilla.
Hasta que se dio por vencido y seguramente fue a buscar a alguien con ganas de
fumar hachís, o no.
Seguimos ruta hasta el pueblo de Asilah.
Hace años, cuando estudiaba diseño gráfico la profesora de
inglés nos dio una revista a cada alumn@. Teníamos que traducir del inglés un artículo
cualquiera de dicha revista. El texto que elegí empezaba algo así como:
«Asilah, encuentro de los artistas». No se cuanto entendí de aquel
artículo pero me quedé con la copla. En el 2008, Arianne y yo visitamos el
pueblo por primera vez.
Asilah es un pueblo bonito. Cada año llegan artistas de todo
el mundo y pintan murales en las paredes de la medina, dándole un aspecto
pintoresco. Tiendas de artesanía, con sus cueros, trabajos en madera, telas,
forja, entre calles estrechas de paredes blancas forman esta medina cada vez
más turística. Pero salimos de esta postal bucólica, este turismo acolchado
para naufragar por las calles del mercado. Tres calles con cientos de puestos
de fruta, verdura, pescado y carne forman la compra-venta de todos los días. Miles
de personas gritando, pidiendo, comprando, vendiendo, mirando y mirándonos.
Somos guiris y este no es nuestro sitio. Seis adultos blanquitos con 2 niñ@s y
dos perros grandes por el mercado de Asilah cantan más que los Jackson 5. Pero
si queremos «conocer» un país tenemos que conocer entre otras cosas, sus mercados.
Para la estancia elegimos una campa a unos 10 kms al norte
de Asilah, pues en este pueblo nos piden dinero a todas horas. Aparcar sin
pagar es misión imposible en Asilah (cosa que será muy habitual durante casi
toda la costa Atlántica). Encontramos el sitio perfecto. Hierba, a 30 mts de la
playa, al lado de un pequeño lago con una bandada de flamencos. Nos colocamos
las 4 furgonetas creando «la plaza del pueblo» entre nosotr@s.
A pocos metros hay un complejo turístico medio vacio donde
una familia la custodia. Y con vernos y saludarnos una y otra vez, al tercer
día, antes de la comida aparece el padre con un pedazo de cus-cus que nos hace
felices, si es que nos faltaba algo para estarlos. Detallazo!! comentamos. Allí
no pasa esto! dicen unos.
Mientras nuestros paladares degustan aquel cus-cus y otros
manjares que cocinamos, vimos que un coche con dos hombres, dos uniformados
paraba cerca nuestro. Los policias, militares o lo que fueran nos mandaban de
nuestro pequeño paraíso. Podíamos pasar el día pero no la noche.
– Me, pour cua?? – Les preguntábamos Edu y yo con nuestro
Francés macarrónico.
– Securite– respondía el oficial.
Largamos a la tropa la mala noticia y hacemos asamblea.
Entre opiniones distintas decidimos irnos pensando en que intentar vacilar a la
policía puede ser una mala decisión.
Pues nada, recogemos todo y tiramos unos kilómetros al sur
de Asilah, pensando que encontraremos algún otro Shangri La. Oscurece y todavía
no sabemos donde dormiremos. El camino por la que subimos acaba en una playa,
al otro lado de la montaña. Y ahí vamos bajando la pendiente hasta que nos
damos (literalmente) de morros con un asentamiento militar.
– Dad la vuelta ahora mismo y largaos de aquí. – Nos dicen en Árabe. Gesticulando pero entendible en cualquier idioma.
Así que seguimos estando perdidos, cerca de Asilah, de noche y para enredar un poco más el rollo, tenemos delante nuestro unas cuestas que parecen paredes. El olor a embrague invade nuestra casa pero con un poco de suerte salimos del paso, igual que Arantxa y Victor. Pero Antonio y Ana, y Cris y Edu no aparecen. Camino cuesta abajo, sigo y sigo hasta encontrármelos donde los militares. La Trade no puede subir la cuesta, así que Cris, cual fuera una camionera experimentada va tirando mediante cinchas a la Vainilla. Despacito y con buena letra sale del apuro.
Por fin todos juntos de nuevo. Son las 10 de la noche,
estamos en mitad de una carretera rural, medio perdidos por la montaña.
Decidimos tirar hacia un pueblito que divisamos en la ruta. Solamente pedimos
poder dormir unas horas y seguir nuestro camino con las primeras luces de la
mañana.
Una llamada inesperada
Llegamos a dicho pueblo y a la salida encontramos un
aparcamiento medianamente discreto. Hablamos con el tendero que parece esperar
nuestra llegada para poder cerrar el negocio. Este nos dice que ningún
problema, que podemos dormir ahí mismo. Improvisamos una cena rápida y nos
metemos a la cama. Mientras por fin nos relajamos, oímos pasos y voces cerca y
en una de esas tocan la puerta. Abro, es Ana con cara de plancha estampada.
– ¿Que pasa?
– Que tenemos que largarnos.
–¿Por?
– Se me ha acercado un hombre con chilaba y un móvil en la
mano diciendo que la llamada era para mí.
Hay cosas surrealistas, o de novela negra, pues esta es una
de ellas. Pero real.
–¿Y que decía?
– Dijo ser el jefe de policía de toda la región. Y con voz
muy seria y sin vacilación alguna nos avisa que arranquemos y que vayamos al
camping de Asilah. – Dice Ana sin asimilar todavía lo que estaba diciendo. – Y
que ya es el tercer lugar donde nos echan y que no habrá una cuarta vez de
buenas maneras como hasta ahora.
En pocos minutos pasan miles de cosas por nuestras mentes.
Pero la única cosa que esta clara es que tenemos que dormir en algún lugar
preparado para europeos.
A mitad de camino entre Asilah y Larache,
mientras calentamos motores, decidimos tirar hacia el sur. Al cabo de una hora
de ruta, pasada la medianoche entramos en el camping de Larache. Ha sido un día
duro, poniendo a prueba el grupo, el cual ha respondido como un buen equipo.
Cuaderno de reflexiones
Damos muchas vueltas a lo sucedido aquella tarde. Hablamos con
Adrián y Román, dos personas experimentadas en esta zona, los cuales nos dieron
algunas pinceladas por las que podían ser las razones de tal acoso.
Digamos que una de las importantes fuentes de ingresos de
Marruecos se basa en el turismo, si no pagamos por dormir pierden dinero. Por 4
paletos como nosotros no pasa nada pero si lo hiciera la mayoría sería una
importante cifra sin ingresar en sus arcas. Al estilo más cutre español.
Por otro lado, hace como tres meses un o unos dementes
degollaban por la zona del Toubkal a dos chicas Noreuropeas. Y aquella misma
tarde (nos enteramos al día siguiente) unos engendros fascistas entraban a
tiros en una mezquita de Nueva Zelanda, cargándose a varias personas. Y
temiendo algún acto de venganza el gobierno Marroquí no quiere jugársela.
A todo esto hay que añadir que en el norte hay 2 clases de
mafias. La del hachís y la de la inmigración. También 2 fuentes de ingresos
importantes para la monarquía y burguesía alauita como la española. Todo el
mundo sabe de su existencia pero hay que mantenerla oculta a ojos ajenos.
Según nuestros contactos hay chivatos por
doquier. Y la imagen de ver sacar el móvil en cuanto las dos primeras furgos
pasaban se hizo cada vez más evidente. ¿Casualidad o realidad? Quien sabe
En el camping de Larache nos abastecimos de agua y nos
aseamos con agua caliente. Un lujo que tenemos la oportunidad de saborear de
vez en cuando. Y nos damos una vuelta por el mercado para tener un buen stock
de alimentos.
Nuestros guías, al otro lado de los aparatos «sigloveintiunos» nos hablan de un bosque cerca de Kenitra, el Foret de Mamora. Pasados dos noches en Larache partimos a la mañana siguiente hacia el bosque encantado.
Pasado Kenitra empieza el bosque de alcornoques, y la
carretera corta el bosque en línea recta durante kilómetros. En un momento dado
que nos parece estar solos, dejamos la carretera para adentrarnos en el bosque.
A lo largo de un rípio seguimos y seguimos bache tras bache durante un buen
trecho. Tenemos la sensación de llegar al lugar más recóndito del mundo. Parece
que aquí no hay nadie.
Maia se esta convirtiendo en toda una cocinera. Le gusta, y con sus 8 añitos hace cosas buenisimas.… y Eki lo sabe bien.
¿Hay moros en la costa?
Siempre hay moros en la costa. En la costa y en la montaña, y en el desierto. Abres el armario de la cocina y aparece un moro. Abres la ventana de la furgo y te aparece otro sonriendo. Siempre hay moros en la costa. Y allí también empezó a pasar gente, y coches, y motos… Pasó también un pastor con su rebaño para volver a visitarnos junto a su hijo un poco más tarde. El piano de Ana estaba fuera y el pastor no pudo evitar la tentación de presionar una tecla, una nota, ese punto G que cambió su rostro. Empezó a tocar el piano como si fuese el regalo que había estado pidiendo durante toda su vida, y por fin, el mismísimo Aladino le concedió su deseo.
Nosotros nos divertíamos con ellos pero teníamos la espina
de los días anteriores y temíamos otra visita de la policía. Nos relajamos
durante 3 días hasta que Cris recibió el mensaje de que en el
«taller» de pintura esperaban nuestras furgos para meterles mano.
El convoy entre alcornoques.
Nos despedimos de Víctor y Arantxa que mientras en el tiempo que no nos veamos tendrán su propia aventura (y vaya aventura). Nosotr@s por otro lado nos enfrentamos a un Gran Hermano, que durante 10 días viviremos y compartiremos con la familia de Hussein. Comidas, trabajo, Hamam y otras cosas nos esperan durante esos días. Pero este capítulo lo iré contando más adelante.
Me encuentro sentado en la única silla que tenemos en casa. El sol de primavera baja por el oeste hundiendose en el Atlántico, hasta que el cielo y el mar se convierte en un lino oscuro mientras miles de lucecitas van encendiendose encima de nuestras cabezas.
Sidi Moussa
Vamos allá.
Atrás dejamos el frío y húmedo norte. Nos abrimos al Mediterráneo. Después de pernoctar la primera noche en Tutera y la segunda en uno de los primeros pueblitos al borde de Catalunya llamado Serós, por fin, el tercer día, después de conducir bastante más de lo que pensábamos que nos iba a costar, alcanzamos a ver el mar. Llegamos al Deltebre.
Con pena pero sin remedio, tuvimos que dejar de lado la visita a nuestr@s amig@s de Girona, Albert, Yas y Oriol, en su granja quesería Circus. Pero si queríamos andar por Marruecos en primavera no podíamos ir al Pirineo Catalá. Así que aprovechamos para mandaros un abrazo y un hasta luego desde este pueblito Marroquí.
El Deltebre nos recibió con un viento cierzo que escoraba nuestra furgo. Un viento que entra por la montaña para alcanzar su punto álgido sobre los arrozales junto al mar Mediterráneo. Nos refugiamos en el aparcamiento de «La casa Fusta», asegurándonos en aparcar entre otras dos autocaravanas para menguar algo el movimiento, pues sin exagerar, el viento era huracanado. Así pasamos los primeros 3 días, hasta que el cierzo se aburrió de nosotr@s, y hasta hoy no nos ha vuelto a visitar.
Este fin del gran río que es el Ebro es un sitio mágico para el visitante y seguro que no lo es tanto para el lugareño. Nos ofrece unos días de sol, nada de mosquitos y muchas aves. Bellos flamencos junto con bandadas de cormoranes, garzas y otras muchas especies que mis ojos contemplan. Son nuestros primeros días de tranquilidad viajera y los disfrutamos haciendo rutas en bicicleta. Estamos a primeros de febrero y nos parece primavera.
Estamos a gusto en el Deltebre pero necesitamos rodaje viajero para plantarnos en un sitio y quedarnos, como si la arena del reloj dejara de caer. Sentimos que estamos perdiendo el tiempo, que tenemos prisa por seguir, y eso, mezclado con las ganas de ver a nuestros amigos de Valencia hace que levemos anclas hacia el sur. Próxima parada, Alcásser. Próxima visita, Loles, Suso y la nana Lluna.
Cuaderno de reflexiones
No pretendo criticar la forma de viajar de nadie. Ni
pretendo, ni me corresponde.
Llevamos ya más de 2 meses de viaje y considero que sigue
siendo el principio.
De a poco va quedando atrás el querer seguir incesantemente
la ruta, el querer ver hoy esto y mañana aquello. El ritmo va cayendo como la
aguja del gasoil. Buscamos sitios no turísticos donde nos encontremos a gusto.
No necesitamos mucho, lo básico. Precisamos de agua y comida. Cuando estos se
van agotando llega el momento de partir.
Vamos mutando de turistas a viajeros. Aunque aquí, en
Marruecos no exista la figura del viajero, solamente exista la figura del
turista, para mí, para mis adentros voy mutando.
El nombre de Alcásser lo llevo grabado en mi mente desde
hace años al igual que una cicatriz o un tatuaje lo haría en mi piel, para
siempre.
Pero en esta ocasión, el oscuro y duro recuerdo da paso a un
pueblo cercano, abierto y amable. Pasamos una semana en el «Triángulo de
las Vermudas», entre Alcásser, Valencia y La Albufera.
La calle donde nuestra amiga Loles reside es una calle donde viven much@s amig@s de ella y pronto vamos de visitas a un@s y otr@s. Hablamos a esta gente de nuestro viaje, repartimos envidia sana a granel, y plantamos alguna que otra semilla a familias potenciálmente viajeras. Laia y Javi, ojalá nos veamos por el camino.
También acudimos al centro social (gaztetxe) de Alcásser a ver una sesión de teatro muy original. En este «gaztetxe» el cual no recuerdo su nombre, nos invitan a cerveza y nos cobran un precio digno por un zumo de naranja (no como en el resto de la península, que es un robo) y conocemos al artista y músico Dani Miquel, quien con sus canciones pone a bailar tanto a niñ@s como a mayores al tiempo que hace un trabajo titánico en torno a la cultura y transmisión oral siempre en llengua Valenciá. Pero en esta ocasión solamente lo saludaremos. Ya tendremos ocasión de verlo actuar unos días más tarde en Alacant, coincidiendo en la » Plaça del Llibre» donde todo durante un fin de semana se dan cita artistas y escritores en esa lengua.
Después del concierto de Dani Miquel
Pero antes de llegar a Alacant hacemos una parada en Montgó,
entre Denia y Xabia. Donde conocemos y por fin le ponemos cara al veterano
Ruedas. Ese personaje que recomienda y aconseja sin parar en el grupo de estas
cacharras viejas. Un gran saludo.
Dejamos Alacant la ciudad como a las 19:00 horas dirección Cartagena. Con la intención de dormir por el camino. Había oscurecido ya y me di cuenta de que el alternador no me cargaba la batería. Y para rematar la faena, el GPS nos manda por el interior en vez de por la costa. Lo que nos complica bastante encontrar algún sitio para pernoctar. El voltage va bajando inevitablemente, poco a poco pero sin descanso. Enseguida doy la alarma en el grupo de wassap de las Mercedes donde se moviliza al momento un buen grupo de personas.. Mientras llevo el volante, Arianne al teléfono transmite todo lo que le digo y a su vez ella me comunica lo que en el grupo se comenta. Y por primera vez sale el nombre de Victor.
Tengo miedo de quedarme sin luces en mitad de la autovía. Sólo el pensar que me puedo quedar a oscuras entre camiones que pasan a 100 km/h a mi lado con toda mi familia dentro, miedo es poco, ¡¡siento PÁNICOOO!! Miro más a la aguja del voltage que a la misma carretera. El viaje duró como 4 horas. Cuatro horas que mientras la batería se iba vaciando mi temor y mis nervios iban creciendo hasta los topes, y acabó con un grito de alegría al entrar en las primeras calles de Cartagena. Un Siiiiiii, estamos entrando en Cartagena!!!!!!! que quedó grabado en el wassap de mis amigos.
Cartagena era otra parada obligatoria. No por su historia de 4000 años, que seguro será muy interesante si no te la cuenta el profesor de historia. No, Cartagena era visita obligatoria porque en él vive junto a su amiga Angela, mi gran amigo, casi mi hermano, Asier.
Asier, con quien compartí de todo durante años y que ahora
nos separan 1000 kms nos acoge en su estilo. Con comida currada (;D) y buen
vino. Se trata de un anfitrión del 10 y tanto él como Angela cumplen ese papel
durante la semana que pasamos por esa zona. Asier hace buenas migas con nuestro
Eki y lo mismo hacen Angela y Maia. Arianne y yo disfrutamos de esa coyuntura
para darnos un respiro, y es que 24 horas todos los días con la chiquillada
cansa, y mucho.
Aprovechamos para comprar pintura con la que más adelante
maquillaremos a la Mamut.
Nos instalamos en el Puerto Mazarrón donde convivimos con
otras autocaravanas. Casi todos son jubiletas Europeos. Allá tenemos lo básico,
lo necesario para vivir. Una tienda, mar y tranquilidad.
Nos despedimos de nuestr@s amig@s Cartaginenses, gracias por todo todo todo… para hacer otra parada en Calahonda, un pueblito muy coqueto en la que seguimos disfrutando de nuestra «libertad». El sol ha cargado las baterías y conducimos de día por que así a penas gastamos electricidad. Vamos dirección a El Ejido donde hemos quedado con Victor que es quien nos va a llevar donde el mecánico que se encargará de nuestro alternador. Manuel, el encargado de dicho trabajo tiene voz de haber bebido y fumado lo suyo. Mecánico de la vieja escuela se pone manos a la obra y nos deja el circuito de carga de batería niquelado. Agradezco tu ayuda Victor y la botella de vino y sidra que intercambiamos. Un placer, a ver si coincidimos de nuevo.
Dejamos El Ejido y ponemos rumbo a Tarifa, que se convierte
en otro punto importante en nuestro viaje. Pocos días después nos uniremos con
otras 3 furgonetas. L@s catalan@s Edu y
Cris con su Timeless Project, Ana y Antonio de Huelva en su Furgotrade y con
quien tenemos buena amistad desde hace ya algunos años. Y a última hora se
apuntaron Victor y Arantxa de Cádiz con «Al son de mi furgón».
Mamut a la espera de sus colegas de viaje
El descampado en el que esperamos a esta gente es impresionante. Furgonetas, autocaravanas y camiones de viajer@s completan el menú de cada día. Estamos a apenas 10 kms de Africa y el tránsito de ida y venida es incesante. Y entre toda esta fauna también habita la rara especie de familias viajeras con niñ@s. Por fin Maia y Eki encuentran a l@s de su especie. Y al mismo día escuchamos la frase «me voy con mis amigas». Frase que no lo oíamos desde hace mucho tiempo.
Ari y yo sonreimos. Estamos felices. Se trata de una felicidad tranquila. Un estado sosegado donde con el tiempo, pasamos de «estar» a «ser».
El día 13 de marzo a las 9 de la mañana embarcamos hacia Tánger. 4 furgonas, 8 adult@s, 2 niñ@s, 4 perras y una gata. El equipo al completo. Nos esperan 3 meses en Marruecos. Cultura, idioma y costumbres abismalmente distintos en un país casi pegado a Europa. Todas estas impresiones las intentaré plasmar la próxima vez.
Partimos. Llegó el día. Después de estar cargando La Mamut hasta los topes de bártulos y comida, y poner a punto todos los detalles de nuestro vehículo durante días llegó el momento de partir. Sin un destino concreto ni fecha de vuelta en mente.
En realidad, nunca dejamos de lado, nunca nos dimos por
vencidos a la rutina que nos obliga a la monotonía diaria del sedentarismo en
nuestra casa. Desde que volvimos de las bellísimas Islas Canarias en donde
vivimos durante un año y, descubrimos y disfrutamos esta forma de vida, no
hemos dejado de lado este siguiente proyecto que estamos viviendo ahora.
En diciembre del 2013 decidimos finalizar aquella «aventura». Arianne estaba embarazada de 6 meses, por lo que para el siguiente viaje nuestra viejita VW T3 se nos quedaba pequeña, o eso pensaba yo. Así que empezó la búsqueda de la que hoy es nuestro vehículo, vivienda, oficina, ludoteca etc. Después de buscar y rebuscar durante algún tiempo, en una de esas apareció Mamut. Una Mercedes Benz 406D del 77 con un morrito tan lindo que no supe como evadir su guiño de complicidad.
Mamut vivía o mejor dicho malvivía en un descampado al norte
de Girona, cerca de Figueres. Lo vi por internet, llamé al dueño y en menos de
48 horas me planté allá. Llegamos al acuerdo de que si pasaba la ITV me lo
quedaba. Así es como un mes más tarde llegué a casa conduciendo a la viejita.
Al llegar, mi emoción era tal que mi alegría no cabía en mi
ser y corrí donde mi amiga, compañera, a donde mi aliada en esta vida, para
compartir ese júbilo. Pero cuando Arianne echo un vistazo al interior de la
vivienda le salió una lágrima, y no precisamente de alegría.
‑ ¿Es esto lo que has traído?‑ No le faltaba razón.
La vivienda daba pena, parecía un vertedero. Cosa que tocaba, cosa que caía. Cosa que miraba, cosa que tenía que arreglar. Cables y más cables pendían del techo. Camas destrozadas, maderos podridos y trastos por doquier. Pero en mi bola de cristal aparecía una bucólica casita rodante. Han pasado 4 años desde aquella lágrima. 4 años de varios altibajos. El nacimiento de nuestro hijo Eki y mucho, muchísimo trabajo.
No voy a liarme a explicar todo lo que hemos hecho a la furgo, aunque sí quiero agradecer a tod@s y cada un@ de las personas que nos han ayudado a que esto sea posible.
A Luis y Kontxi por pasar tantas horas con la chiquillería. A tí Borja, que a parte de ser amigo siempre has confiado en mí y en mi profesionalidad como diseñador gráfico. A Felix Monreal, que con tu humor y alegría quedó un bellísimo recuerdo de las semanas en las que tocó renovar toda la estructura. A Tim, por tu gran disponibilidad para echarme una mano al trabajar la madera. Corrijo, yo te ayudaba. Eres un artista e hiciste maravillas con precisión suiza donde solo con mis manos serían chapucillas. A Audry y Vincent aunque la distancia nos separe siempre sentimos vuestra amistad y calor cerca de nosotr@s. Y por todo el material que nos regalasteis para ir completando la furgo. Al Txinga, por ser mi cuñado y el fontanero oficial de nuestra casa rodante. A Arkaitz y Xabat por toda las herramientas que me dejasteis. A Migeltxin, por que te pegaste ese viaje hasta nuestra casa a ayudarme con los frenos cuando seguramente tenías cosas mejores que hacer. A mecánico Felix que entre chácharas y bromas siempre me sueltas algún consejo sobre mecánica. Por último, y sabiendo que se me habrá olvidado más de un nombre en algún callejón de mi cerebro, por último a Robert, que, movil en mano, siempre con alegría y paciencia se convierte en un manual de instrucciones. Y como no, al grupo de las Mercedes Viejitas en general.
Gracias a tod@s vosotr@s, hoy estamos cambiando de forma de
vida.
Estos primeros párrafos que plasmo en este blog, los escribo
desde un descampado a pocos kilómetros de Tarifa, en la provincia de Cádiz, Andalucía. Llevamos ya media docena de semanas de viaje
y más de 1.600 kms recorridos.
Salimos, si mal no lo recuerdo, un miércoles a finales de enero. El pronostico del tiempo no era nada alentador. Por el vertiente cantábrico dieron nieve y muy bajas temperaturas. Si no partíamos esa misma tarde tendríamos que atrasar nuestra salida una semana, lo que no era posible. Nuestra sangre bullía, nuestro corazón latía más fuerte de lo habitual.
– ¿La comida
– Ok.
–¿Los juguetes?
– Ok
–¿El tal?¿el cual?
– Ok, ok….. OK!
– Vamos
Entre besos y lagrimas, sonrisas y emociones partimos desde nuestro caserio hacia el sur de Nafarroa. Llovía por el camino y en la autovía cerca de Gasteiz el limpiaparabrisas se cansó, así sin más, dejó de funcionar. Para volver a decirnos que vivía un par de horas más tarde. Fue un alivio este resurgir, pues seguía lloviendo y no tenía ninguna gana de pararme en un taller a escuchar que la pieza de repuesto tardaría en llegar 10 días y tener que volver al casa. Y sentir que nuestra salida se había convirtido en agua de borrajas.
Aquellas tarde, a última hora llegamos a Tudela, dormimos en
el aparcamiento habilitado para autocaravanas. Nuestra primera noche de nuestro
viaje llego con una noche estrellada. Al día siguiente dimos un paseo por el
pueblo y seguimos ruta. No había tiempo que perder pues se avecinaban
temperaturas invernales, hielo. Y nuestra bicha circula a paso de Mamut, poco a
poco.
Cuaderno de reflexiones
– ¿y esta «cafetera» a cuanto va?…. – me han preguntado más de una y más de dos veces durante estos años de renovación de la «cafetera». Mi respuesta se limitaba al recuerdo de cuando hice el recorrido entre Girona y nuestra casa. Y respondía siempre que iba a unos 80-85 k/h.
En este tiempo que llevamos recorridos varios cientos de
kilómetros, alguna que otra vez hemos alcanzado esa velocidad.
La velocidad junto con el tiempo han pasado a
otro ser conceptos diferentes. Son de una vida anterior que hemos dejado de
lado hace poco. Quedó atras el conducir al límite. Vamos bien despacito. En
esta nueva etapa de nuestra vida me parece tan absurda esa pregunta sobre la
velocidad (en igual cantidad que no me lo parecía hace 3 meses) que se lo
atribuyo al estilo de vida sin descanso ni tregua a la que te condenan los
bancos, hipotecas, horarios y compromisos de nuestra era capitalista y colonial.
Llevamos ya 10 dias en Marruecos. Las furgonetas están en manos de Kharim, un maestros de la chapa y pintura. 10 dias en tierras de Alá y muchas historias que contar, pero eso tendra que ser la proxima vez.
Para empezar me gustaría explicar la razón de crear un blog en Castellano y no en Euskara, siendo este antiguo idioma el modo de comunicación en nuestra familia y la de la gran mayoría de gente a la que queremos ir relatando las vivencias de nuestro viaje.
El resto de esa gran mayoría no es más que una gran minoría a la que hemos ido conociendo por aqui y por allá, y que por suerte hemos mantenido una amistad y cariño a la que hoy queremos brindar compartiendo nuestros relatos.